Estás bien donde estás – Mooji

Crecimos con los refranes, ‘Los nuevos amigos son plata, los viejos amigos son oro’ y ‘Los amigos están allí cuando los necesitas’. A veces, tus mejores amigos son aquellos que no están allí cuando los necesitas. Porque entonces tienes que ir más allá de la necesidad y encontrar algo mucho más profundo que la comodidad que la mente busca.

Video con subtitulos en español

Mooji – Ella – Cuento durante un satsang

Ella estaba meditando. En profundo estado de meditación. Yendo cada vez mas profundo dentro del vacío. Cuando de repente qué paso. Ella escuchó una música, sonido, la música era tan movilizante, era tan suave, mas maravillosa de lo que cualquier compositor terrestre podría hacer. Esta música estaba flotando. Tan poderosa. Tan emotiva.

– “Se siente tan emocional, tan profunda… pero no puede ser yo. Porque yo estoy aquí para escucharla”. Ella afirmó.

Tan pronto como esa claridad vino la música se evaporó. Y ella quedó de nuevo en silencio. Un poquito mas tarde qué sucedió. Ella empezó a sentir los más bellos colores brillando como perlas, colores iridiscentes. Creaciones más maravillosas que las de cualquier pintor, ni Claude Monet, ni Camille Pizarro, ninguno de ellos, ni Michelangelo, ninguno de estos pintores puede producir estos colores, ningún jardín en la tierra puede producir esta belleza, con sus flores tan bellas y radiantes.

– “¡Esto es tan alucinante!” Se dijo.

Se sentía sin aliento dentro de esta belleza. Y entonces una respuesta vino adentro de su ser, una inteligencia mayor vino.

– “Es tan bello… pero no puede ser lo que soy. Porque yo estoy aquí para verlo”.

Los colores se evaporaron. Y ella está de nuevo en su silencio. Entonces aparecieron todos estos seres, hechos de luz. Vienen flotando en paz hacia ella, con una sonrisa tan hermosa que sólo dan ganas de recibirlos con los brazos abiertos. Y esto es tan fuerte. Es como si esas imágenes estuvieran comunicando telepáticamente ese amor hacia ella.

– “Esto es increíble, increíble… ¡que amor tan maravilloso!… pero no puede ser lo que yo soy. Porque yo estoy aquí para sentirlo y para verlo.”

Y todo se evaporó. Y entonces… nada.

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Traducido de un momento de este satsang de Mooji, empieza el cuento en el minuto 14 aproximadamente.

Cuento Sufi – Mi guía es un perro

Le preguntaron a un sabio: ¿quién te guió en el Camino?
El sabio contestó: un perro.
Un día lo encontré casi muerto de sed a la orilla del río. Cada vez que veía su imagen en el agua, se asustaba y se alejaba creyendo que era otro perro. Finalmente, fue tal su necesidad que, venciendo su miedo se arrojó al agua, y entonces «el otro perro» se esfumó. El perro descubrió que el obstáculo era él mismo y la barrera que lo separabade lo que buscaba había desaparecido.
De esta misma manera, mi propio obstáculo desapareció cuando comprendí que «mi yo» era ese obstáculo.
Gracias Luz

María Presencia

Nació en un cuerpo. Se dió a luz. En un momento los padres decidieron llamar al bebé María Presencia.

María Presencia creció. Desarrolló una personalidad a través de su relación con su entorno familiar, social, natural.. Sus vivencias. Pasó por situaciones difíciles. Pasó por momentos maravillosos.

Hoy María Presencia siente que está cambiando. Y se empieza a dar cuenta que siempre todo está cambiando. Por momentos también se da cuenta de que ella no es todo eso que cambia. En esos momentos que siente que se encuentra a si misma, en esos momentos no tiene nombre, no tiene tiempo, no tiene opinión, es sólo presencia. Verdad.

En esos momentos siente que nació en un cuerpo. Se dió a luz. En un momento sucedió que unos adultos decidieron llamar a un bebé María Presencia. Pero ella ya estaba ahí antes.

 

El pez sediento – Papaji

El sabio una vez miraba al río desde la orilla, y un pez le hablaba al sabio desde el agua: “Estoy sediento. Estoy sediento.”

El sabio se rió. El sabio se rió: “Un pez está llorando porque está sediento y yo me rio. Una y otra vez me rio. Ningún pez puede decir desde el agua que está sediento. Debe haber agua incluso para poder llorar porque está sediento.”

Así cuando la gente dice: “Estoy sufriendo”. El sabio se da cuenta de que están llorando porque están sufriendo en el océano del Amor. ¿Cómo puedes incluso llorar que estás sufriendo a menos que estés en el Oceano de Felicidad y Amor?

Como el pez, tiene que tener agua en la boca para poder decir: “Estoy sediento”. ¿Cómo puedes decir “Estoy sufriendo”? Debe ser desde el Yo Soy que están llorando por su sufrimiento. Este sufrimiento no será sufrimiento si saben que están hablando desde el Yo Soy, desde el Ser.

Cuando dices: “Yo estoy enfermo, estoy con problemas”. ¿A quien se refiere la palabra “Yo”? Debes mirar adentro. Cuando lo sabes, este sufrimiento, este problema… si miras adentro y miras desde el verdadero Yo… no sufrirás.


Extraído y traducido de este Satsang de Papaji
https://www.youtube.com/watch?v=wMJ0w7KrLRE

AYOTZINAPA PARA MARÍA

AYOTZINAPA PARA MARÍA

Todas las noches, antes de dormir, le leo un cuento a María, mi hija de seis años. Esta noche María no me pide un cuento. Quiere que le explique qué pasó con los 43 estudiantes normalistas desaparecidos. Pienso en las palabras y el tono, ¿cómo explicar este horror a una niña? Entonces empiezo como si fuera un cuento, el que nunca hubiera querido contarle.
-Los estudiantes son de una escuela que se llama Ayotzinapa, que significa lugar donde hay muchas tortugas, y que está en un estado que se llama Guerrero.
-¿Ayotzinapa está en Guerrero o Guerrero está en Ayotzinapa?, me pregunta María, y como siempre, me desconcierta. Le digo que Ayotzinapa está en Guerrero… pero, tal vez, al revés también.
-¿Y tú sabes qué pasó con los estudiantes?, insiste María. Le digo que los muchachos se perdieron, y que sus papás y mamás los están buscando.
-Si, los desaparecidos, los cuarenta -me responde como reclamando que eso-ella-ya-lo-sabe y que no le estoy explicando bien-.
-Son cuarenta y tres, preciso. ¿Quieres verlos? Saco de mi bolsa las fotos que mis compañeras de trabajo imprimieron para la marcha del miércoles pasado. Se las voy pasando, mientras le leo los nombres, y ella las acomoda cuidadosamente sobre la cama en cuatro filas. Los cuenta: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 39, 40, 41, 42, 43. Le llama la atención que uno tiene corbata y que otro se ve preocupado.
-¿Son niños?, me pregunta.
-No, son más grandes que tú. Mira, él tiene 21 años.
-Pero parece un niño.
-Es verdad, le contesto, y se me aprieta el estómago.
-Pero cuéntame desde el principio, me exige María.
-¿Desde el principio?… Bueno, pues todos ellos tenían un sueño, desde muy chiquitos. Tal vez desde que tenían tu edad. Su sueño es ser maestros, así como tu maestra de primero de primaria. Los maestros son muy importantes…
-Si -me interrumpe-, porque enseñan a los niños y los niños tienen que saber las cosas… Que la comida chatarra es inconveniente.
-¿Dijiste “inconveniente”?, pregunto sorprendida por semejante vocabulario. ¿Sabes qué significa?
-Mmmm… ¿qué está mal?
-Sí, inconveniente es algo que no te conviene. Por eso son importantes los maestros.
-Para que enseñen a los niños lo que está bien y lo que está mal. ¡Yo quiero ser maestra de karate!
-¡Eso estaría muy bien! Entonces ellos se fueron a estudiar a esa escuela donde hay muchas tortugas, y sus papás y sus mamás les dijeron “hijo, nosotros te vamos a apoyar para que estudies y aunque no tengamos dinero vamos a trabajar mucho para que puedas estudiar”. Y entonces se fueron a vivir a Ayotzinapa. Ahí les enseñan a ser maestros y también siembran flores.
-¿Viven en la escuela?
-Sí. Se llama “internado”.
-Mamá, yo no quiero ir a un internado, me da miedo –me dice haciéndose una bolita en la cama-.
-No tengas miedo amor, por eso estamos protestando. Para que cuando crezcas seas libre para ir a donde tú quieras y no tengas miedo.
-¿Se los llevaron de la escuela?, ¿quién se los llevó?, ¿los policías?
-No. No se los llevaron de la escuela. Ellos fueron a otra ciudad a buscar unos autobuses para ir a una marcha, ¿te acuerdas de las marchas? Y los policías se los llevaron en sus patrullas.
-¿Se los llevaron a todos?
-No. Sólo se llevaron a los que cabían en sus patrullas. Por eso sus papás y sus mamás los están buscando, porque los policías no quieren decir a dónde se los llevaron.
-Mamá, ¿me regalas una foto?
-Si amor, te las regalo todas. Aunque no los conocemos, los queremos mucho y nos duele que no estén. Por eso muchas personas están protestando. ¿Quieres una cajita especial para guardarlas?
-Sí. ¿Las puedo llevar a mi escuela? Sólo las voy a sacar en el recreo.
Buscamos una cajita y acomodamos las fotos. María prepara una camita dentro de una canasta y pone una pequeña tortuga hecha de conchas de mar. Por fin se queda dormida, con su cajita y su tortuga.

Ximena Antillón

Visto en Facebook
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El Paraíso Perdido

Érase una vez, en una gran ciudad, un niño llamado Filipo. Él gustaba de jugar, de la naturaleza y de los animales, mas no encontraba muy a menudo oportunidades para eso en su casa. De hecho Filipo veía que casi todo al mundo a su alrededor estaba siempre preocupado. Y él tenía un recuerdo que no conseguía encontrar en sus vivencias: la Felicidad.

Filipo recordaba una sensación de paz, de levedad, de unión… la Felicidad. No sabía muy bien cuándo la había sentido, si antes o después de nacer, pero tenía totalmente claro el recuerdo de esa sensación. Un día (porque siempre llega un día en los cuentos), Filipo se decidió a buscar la Felicidad. Comenzó preguntando a sus padres si ellos sabían donde estaba. No supieron darle una respuesta. Siguió preguntando a todas las personas que se encontraba, y sólo una supo responderle, su abuela. Ella le dijo que no sabía exactamente donde estaba la Felicidad, pero que había aprendido que la Biblia podía llevarte hasta ella.

Entonces Filipo abrió la Biblia y encontró una pista: El Paraíso Perdido. Allí encontraría la Felicidad que recordaba. Salió de su casa y comenzó a caminar en busca de ese lugar, sin saber hacia donde iba y convencido de llegar. Salió de la ciudad. Y siguió caminando. Siguiendo su guia interna. En el camino se encontró con una chica, Manuela, que también iba buscando su Verdad. Charlaron y se dieron cuenta de que más allá de las palabras iban buscando lo mismo. Así que decidieron unirse y caminar juntos.

Filipo y Manuela recorrieron primero las montañas y los rios. Y no hayaron lo que buscaban. Decidieron entonces ir hasta el centro de las selvas y los desiertos. Allí tampoco. Luego aprendieron a manejar submarinos y aviones y recorrieron las profundidades de los oceanos y los cielos. Vieron cosas maravillosas, pero tampoco encontraron la Verdadera Felicidad. En una explosión de energía consiguieron viajar fuera del planeta y recorrer el espacio, seguros de que allí lo encontrarían, pero no apareció.

Ya no les quedaban lugares por recorrer, habían pasado muchos años de búsqueda y decidieron volver a la tierra y parar un tiempo. Ahí se les ocurrió una nueva idea, quizás el Paraíso Perdido no estaba en ningún lugar, sino dentro de las personas. Entonces consiguieron una pequeña casa con lo mínimo necesario y comenzaron a buscar el Paraíso Perdido dentro del otro. Se sentaban uno delante del otro durante horas y horas, recorriendo cada parte del alma y el cuerpo del otro, encontrando lugares llenos de placer y amor. Disfrutaron. Mas tampoco encontraron el Paraíso Perdido, la Verdadera Felicidad.

Ya sin más ideas decidieron rendirse, dejaron de buscar. Habían dedicado toda su vida a esa búsqueda y ahora no sabían que hacer. Decidieron cada uno hacer lo que sintiese cada día. Unos días trabajaban en la huerta, otros en el jardín, otros en la computadora, a veces hacían ejercicio y otras se paraban a observar, pintaban o danzaban, cantaban y reian. Limpiaron la casa y el terreno. Y en la puerta pusieron un cartel: Paraíso.

La palabra paraíso procede del griego παράδεισος, paradeisos (en latín paradisus), usado en la Septuaginta para aludir al Jardín del Edén. El término griego procede a su vez del persa پرديس paerdís, que es un compuesto de paer-, ‘alrededor’, y -dis, ‘crear’ o ‘hacer’.

Dios dijo

Le pedí a Dios que me quitara mis malos hábitos

Dios dijo: No.
Esto no es responsabilidad mía,
sino tuya; para que tú mismo lo hagas.

Le pedí Dios que sanara mi hijo que está paralítico.

Dios dijo: No.
Su espíritu es sano, su cuerpo es solo temporal

Yo le pedí a Dios, que me concediera paciencia

Dios dijo: No.
La paciencia es un producto de la tribulación
No se concede, sino que se aprende.

Yo le dije a Dios, que me diera felicidad

Dios dijo: No.
Yo te doy bendiciones, la felicidad depende de ti.

Yo le pedí a Dios, que me quitara el dolor

Dios dijo: No.
El sufrimiento te aleja de los placeres mundanos
y te trae más cerca de mí.

Yo le pedí a Dios un crecimiento espiritual

Dios dijo: No.
Tú debes buscar tu propio crecimiento.
pero yo te podaré, para que seas fructífero

Yo le pedí a Dios por muchas cosas, para gozar la vida.

Dios dijo: No.
Yo te daré vida, para que tú disfrutes de todas las cosas.

Yo le pedí a Dios que me ayudara a AMAR a otros, tanto como el Universo me ama a mí.

Dios dijo: Ahhhh, finalmente ya entendiste lo que quiero decirte.

Joanne Gobure

Diógenes

Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas hervidas, cuando le vio el filósofo Aristipo, quien vivía confortablemente gracias a su fidelidad al rey.

Y le dijo Aristipo:
“Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas”.

A lo que replicó Diógenes:
“Si hubieras tú aprendido a disfrutar las lentejas, no tendrías que adular al rey”.

Anthony de Mello

Si te gustó esto, en este link puede ver el
Libro de cuentos de Anthony de Mello – El Canto del Pájaro

Querido Buda, ¿existe Dios?

Hay una hermosa historia de Gautama Buda…

Una mañana un hombre le preguntó: «¿Existe Dios?».

Buda miró al hombre a los ojos y le -dijo: «No, Dios no existe».

Ese mismo día, por la tarde, otro hombre le preguntó: «¿Qué piensas acerca de Dios? ¿Existe Dios?».

Buda miró al hombre a los ojos y le dijo: «Sí, Dios existe».

Ananda, que estaba con él, se quedó muy confundido, pero él ponía siempre mucho cuidado en no interferir en nada. Si tenía alguna pregunta, por la noche, cuando todo el mundo se retiraba y Buda se disponía a dormir, se la exponía.
 
Pero esa tarde, a la puesta de sol, otro hombre vino con una pregunta muy parecida aunque formulada de forma distinta. El hombre dijo: «Hay gente que cree en Dios y hay gente que no cree en Dios. Yo no sé a quien creer. He venido a pedirte ayuda».
 
Ananda estaba muy interesado en oír la respuesta de Buda; en un mismo día había dado dos respuestas absolutamente contradictorias y ahora surgía una tercera oportunidad (y no hay una tercera respuesta).

Pero Buda le dio una tercera respuesta. No habló, cerró los ojos. Era un hermoso atardecer. Buda estaba en un bosquecillo de mangos. Los pájaros estaban posados en las ramas de los árboles. El sol acababa de ponerse y soplaba una brisa fresca.

El hombre, al ver a Buda sentado con los ojos cerrados, pensó que quizás era esa la respuesta, así que se sentó junto a él con los ojos cerrados.
 
Transcurrió una hora y el hombre abrió los ojos, tocó los pies de Buda y dijo: «Tu compasión es grande. Siempre te estaré agradecido por haberme dado la respuesta».
 
Ananda no podía creer lo que veía, porque Buda no había dicho una sola palabra… Y el hombre se marchó tan contento, totalmente satisfecho. Entonces Ananda le dijo a Buda: «¡Esto es demasiado! Deberías pensar en mí; me vas a volver loco. Estoy al borde de un ataque de nervios. A un hombre le dices que Dios no existe, a otro hombre le dices que Dios existe y al tercero no le contestas. Y el tercero dice que ha recibido la respuesta, está contento y agradecido, y te toca los pies. ¿Me puedes explicar qué significa todo esto?».
 
Buda dijo: «Ananda, la primera cosa que debes recordar es que esas preguntas no las habías formulado tú; por tanto, esas respuestas no eran para ti. ¿Por qué te preocupas innecesariamente por los problemas de otra gente? Primero soluciona tus propios problemas»
 
Ananda dijo: «Es cierto, esas no eran mis preguntas y la respuestas no iban dirigidas a mí… ¿Pero qué puedo hacer? Tengo oídos y oigo, y he oído y he visto, y ahora todo mi ser está confundido. ¿Cuál es la respuesta correcta?».
 
Buda dijo: «¿Correcta…? Lo correcto es la consciencia. El primer hombre era un teísta y quería que le reafirmase en su creencia de Dios. Vino con una respuesta -una respuesta hecha- solamente para que le reafirmase en su creencia y poder decir: «Estoy en lo cierto, incluso el propio Buda me ha dado la razón.» Por eso le he dado esa respuesta, solamente para perturbar su creencia, porque creer no es conocer.
 
»El segundo hombre era un ateo. También ha venido con una respuesta, una respuesta hecha -que Dios no existe-, y quería que le reafirmase en su incredulidad para poder decir que pienso como él. Tuve que decirle: «Sí, Dios existe.» Pero el propósito era el mismo.
 
»Si eres capaz de ver mi propósito, verás que no hay contradicción. Estaba perturbando la creencia preconcebida del primer hombre y la incredulidad preconcebida del segundo hombre. La creencia es afirmativa, la incredulidad es negativa, pero en realidad ambas son una misma cosa. No provienen de alguien que conoce; y ninguno de ellos era un verdadero buscador, ambos acarreaban prejuicios.
 
»El tercero era un verdadero buscador. No tenía ningún prejuicio, abrió su corazón y me dijo: «Hay gente que cree en Dios, y hay gente que no cree en Dios. Yo no sé a quien creer. He venido a pedirte ayuda.» Y la única ayuda que podía darle era una experiencia de consciencia silenciosa; las palabras son inútiles. Y cuando he cerrado mis ojos ha entendido el mensaje. Era un hombre con una cierta inteligencia: abierto, vulnerable. Y cerró los ojos.

 »Al profundizar en el silencio, al volverse parte del campo de mi silencio y mi presencia, ha empezado a adentrarse en el silencio, a adentrarse en la consciencia. Cuando transcurrió una hora parecía como si sólo hubieran transcurrido unos minutos; no recibió ninguna respuesta en palabras pero recibió la verdadera respuesta en silencio: no te preocupes acerca de Dios, no tiene ninguna importancia si existe o no. Lo que importa es la existencia del silencio, si existe o no la consciencia. Si eres silencioso y consciente, tú mismo eres Dios. Dios no es algo ajeno a ti: o eres una mente o eres Dios. En silencio y conciencia, la mente se disuelve, desaparece, y se te revela la divinidad. Sin haberle dicho nada ha recibido la respuesta, y la ha recibido de una forma perfectamente correcta».